miércoles, 19 de octubre de 2016

FORMACIÓN Y CIUDADANÍA (I) : Apuntes para la comprensión y la prudencia

FORMACIÓN Y CIUDADANÍA (I) :  Apuntes para la comprensión y la prudencia


Definir para no confundir

De un modo general podríamos partir de considerar que un ciudadano es un miembro de una comunidad que vive sus normas y participa de los derechos y deberes que la definen. Como es lógico, es un concepto cambiante, tanto como las circunstancias históricas de cada comunidad. De este modo en la Atenas clásica sólo eran ciudadanos los varones libres y con ciertos condicionantes económicos y ahora todos los hombres y mujeres mayores de edad.

En su origen, el término nace unido al de “ciudad”, por cuanto ésta representaba la unidad política de una comunidad. Hoy, en cambio, suele ser el “estado” la unidad política que determina una ciudadanía y el estatus político y jurídico que determina las condiciones del hecho de ser ciudadano.

Esas condiciones suelen estar hoy en las propias Constituciones de los Estados, por más que el concepto no cuajara hasta la aparición de las revoluciones liberales de fines del siglo XVIII, que estableció una especie de equiparación entre nacionalidad y ciudadanía, con un concepto a veces más territorial que individual o más de definición de colectividad política.


Y, quizá por ese origen, no es tan fácil trasladar el concepto a diferentes niveles. Estamos pensando por ejemplo en lo que está costando que se establezca el concepto de “ciudadanía europea”, que, si bien está recogido en todos los tratados, como uso y práctica es algo incipiente y problemático muchas veces. 

Y es que falta conciencia de identidad, que es lo que debe caracterizar la esencia de la ciudadanía y falta por muchas razones, sociales, económicas, jurídicas, políticas, … intereses, etc. y sobra “institucionalización”, esto es, procesos burocráticos.

El caso es que aún perdura un concepto de ciudadanía más basado en la “exclusión” que en la “inclusión”, esto es, se basa más en definir quienes NO SON ciudadanos que es establecer como SE PUEDE SER o SE ES.

Y si hay alguna duda, piénsese, por ejemplo, en el caso de Alemania, cuyo concepto de “ciudadanía” aún se basa en el “derecho de sangre”. No es extraño, pues, que la realidad o el sentimiento de “ciudadanía europea” haya nacido sobre la base de la exclusión de los nacionales de terceros países, incluidos los que viven dentro de sus fronteras. Lo cual no deja de ser paradójico, cuando se alimentan identidades internas que tienden más a recrear “paisajes” sociales que “pueblos”.

En el número 26  de la Revista Iberoamericana de Educación (2001), Gabriela Fernández, en un artículo titulado: “La ciudadanía en el marco de las políticas educativas” estableció lo que denomina “Contenidos asociados al concepto de ciudadanía en el marco de las políticas educativas” y que podíamos sintetizar en los siguientes:
  • Conciencia de la incidencia de la acción individual en el colectivo y responsabilidad frente a las opciones adoptadas
  • Capacidad de juicio crítico y de decisión informada
  • Noción integral de la propia realidad y de otras realidades
  • Interés y movilización por participar activamente en la búsqueda del bienestar personal y social.
Pero el caso es que en la realidad social, política y cultural de hoy el concepto de ciudadanía no es único, ni definible desde una perspectiva jurídica, sino que incorpora, en proporciones variadas, según los casos, componentes políticos, éticos, socio-culturales, históricos y afectivos. De ahí que sea necesario contextualizar la definición de “ciudadano”. 

En esa problemática está incidiendo la globalización y la apertura de fronteras o lo contrario, de ahí que estén surgiendo identidades sociales supranacionales (latinoamericano, europeo, etc.) o infra-nacionales (galés, bretón, etc.)

El problema sigue estando en la definición por negación o exclusión, esto es, estableciéndola a partir de los excluidos, de los no ciudadanos y en la permeabilidad cultural, en cierta ética comportamental y en los posos del contexto histórico de que se trate.


Porque hoy, la “ciudadanía” como concepto y realidad, abarca varias dimensiones, de carácter político, social, cívico, cultural, etc. que se han ido acumulando a lo largo de los tiempos, a la vez que se ha asentado y ha evolucionado el “estado-nación” y la democracia.

Aunque sigue siendo, como hemos dejado apuntado ya, un concepto en crisis, por decirlo de alguna manera, y paradójico, pues se estimulan posiciones restrictivas (reducir el concepto a situaciones afectivas territoriales como defensa ante las crisis sociales ) y otras de ampliación del concepto ante la presión de otros, como los derechos universales o la globalización.

Como ejemplo de esa bipolaridad podríamos citar el concepto de ciudadanía que se establece en el Tratado de la Unión Europea (Maastricht, 1993) que establece que son “ciudadanos europeos los nacionales de un Estado de la UE” Formalmente esa ciudadanía consiste en poder viajar, residir y trabajar en cualquier país de la UE, en el derecho a votar y a ser elegido en las elecciones europeas y el de usar de las instituciones de ese rango.

Por todo ello quizá haya que volver a ensalzar la PRUDENCIA como referente vital necesario hoy y que, desde el sentido aristotélico, hay que entender como ARTE DE ORIENTARSE EN LA HISTORIA, en este mundo definido ya por la COMPLEJIDAD, la COMPLICACIÓN, esto es, difícil de comprender.

Y es que el “universalismo” (proveniente del idealismo ilustrado) ha generado una visión individualista de los derechos y de las identidades, a la vez que una lógica que ha ido neutralizando la “diversidad”, la diferencia. Ambas cuestiones, como parece consecuente, han provocado una pugna entre la “PLURALIDAD” y la “DIFERENCIA”, ya que ha vaciado de contenido en la práctica a ambos conceptos en aras de ese “igualitarismo universalizante”.


La salida pudiera estar en cierta reconstrucción del concepto de ciudadano, como ser inmerso en sus raíces comunitarias a la vez que sujeto de múltiples identidades o, si se prefiere, como ser humano de “subjetividad plural”


A la vez habría que preconizar que la ciudadanía tiene hoy también una conceptualización múltiple: jurídica, política y social. Sólo así se podría conjugar la fragmentación del concepto que se está viviendo con la universalización del mismo y se podría tener una base sobre la que construir el entramado formativo que hoy se demanda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario